La Vinotinto y la madrugada de un país
Escrito por Edgar Rocca | @EdgarRocca   
Jueves, 11 de Septiembre de 2025 01:40

altMe desperté tarde. Eran las 8:52 de la mañana y mis hijas entraban al colegio a las 9:10.

Era de madrugada en mi país. En Venezuela esa carrera contra el reloj habría sido un caos de tráfico y cornetas. Aquí, en esta otra geografía, todo es más tranquilo: apenas dos minutos de camino y ya estás en la puerta. Corrimos, claro, porque lo latino se lleva en la sangre: salir tarde, llegar con el corazón en la boca, la camisa mal metida dentro del pantalón. Y yo, además, con la vergüenza clavada en el cuerpo de no haberme cepillado los dientes.

Pero esta mañana tenía otra cosa en la cabeza. Había dejado el teléfono en casa y una preocupación me atravesaba: ¿qué había pasado con la Vinotinto y su juego contra Colombia?
La noche anterior —mejor dicho, la madrugada— me había quedado viendo el partido en el celular, con audífonos, para no despertar a las niñas. Un acto íntimo, casi clandestino: ver un juego a la 1:30 de la mañana porque tengo seis horas de diferencia con Venezuela. Ganábamos 2-1 en los primeros quince minutos. Y me dejé arrullar por el sueño. Entre sombras escuché el empate de Colombia en el minuto 42 y después nada. Oscuridad y casi siete horas de sueño.

Al regresar a casa lo primero que hice fue prender el teléfono. Cleveland había ganado en la MLB, eso sí estaba en las notificaciones, como si fuera la prioridad de mi destino. De Venezuela, nada. Silencio. Aquí nadie comenta la derrota de la Vinotinto. Aquí no hay kioscos donde la primera plana sea un gol anulado o un marcador cruel. Aquí, que vayamos o no al Mundial, no es noticia. No puede serlo, lógicamente. Así que seguí y evité los grupos de WhatsApp para no hacerme spoiler.

Busqué en Google. Bolivia había ganado 1-0 a Brasil y ese dato me heló la sangre. Si ellos ganaron, pensé, nosotros perdimos. Confirmé mis peores sospechas: 6-3. Una catástrofe. Lo que más me impresionó no fue la goleada. Fue la imagen del descanso. Empatados a dos, nuestros jugadores parecían derrotados, encorvados, hundidos en la hierba como si hubieran corrido 90 minutos y dos prórrogas. ¿Qué les pasó? Nada, que se derrumbaron cuando al cierre del primer tiempo Bolivia le marcó a Brasil. Ellos (los futbolistas) que saben de futbol, bajaron los brazos.  Se les heló la sangre como a mí pero en vivo. 

Un tiempo entero por delante y ya no había alma. Esa es nuestra tragedia: no la falta de piernas, sino la fractura del espíritu. Y pensé en el animóode la gente que fue a Maturín a ver el juego y que seguro dormían muy tristes mientras que en mi mañana yo me enteraba de lo que les había pasado. Sentí mucha pena por todos. El segundo tiempo fue 4 a 1. Y yo me pregunto ¿cuál fue el discurso en los vestuarios? El cuerpo técnico quedó desnudo en este juego.

Yo crecí con la Vinotinto como una ilusión de resistencia. La primera vez que los vi fue el 29 de abril de 2001 (Dato gracias a Google). Ahí descubrí que se jugaba fútbol en mi país, que teníamos una selección nacional, que existía un jugador que era nuestro equivalente a Rivaldo. Aquel juego también fue contra Colombia. Íbamos ganando 2-0 y ellos nos empataron en cinco minutos (min 83 y 88). Aprendí entonces que ese es uno de los resultados más engañosos del fútbol. Fue una sensación agridulce que me acompaña desde hace veinticuatro años: el mismo nudo en la garganta, la certeza de que nuestros jugadores creen que tienen talento —no todo el mundo llega a ser futbolista profesional ciertamente—, pero son de relleno. Se creen estrellas porque son menos y porque no tienen dirección.
Mientras tanto, pagamos tres millones de dólares a un técnico extranjero. ¿Para qué? Ese dinero —no lo critico, pero lo pienso— habría hecho florecer la cultura. Habría dado para películas, festivales, libros, obras de teatro que nos devolvieran la fe en nosotros mismos. Porque la cultura, como el deporte, también alimenta el espíritu. Ir a un mundial es como ir al Oscar en el cine. Que son dos asignaturas pendientes de nuestro país, en lo cultural-espiritual.

El fútbol, como la vida, siempre da otra oportunidad. Este 6-3 es un karma que ya pagamos. No quiero ser exagerado, pero quizá tenga que ver con aquella cama de 2015, cuando se prefirió no poner el 100% porque no se estaba a gusto con el técnico dejando perder aquel premundial, cómo sí ir a un mundial lo hiciéramos siempre. Diez años después, al borde del retiro, debe doler mucho perder así para los que todavía están jugando en la selección. 

En 2030 habrá otro Mundial, y allí debemos estar si la FIFA mantiene esto de los 6 cupos y medio. Será en España, Portugal y Marruecos. Esperemos con un DT que los ponga a jugar con algo más que fe y menos comerciales de Harina y Malta que siempre los agranda cuando aún no logran el objetivo. Es más, se les debería prohibir a los jugadores hacer comerciales hasta que vayan a un mundial.  
La Vinotinto es el espejo de un país: derrotado muchas veces, sí, pero siempre con la oportunidad de levantarse. Yo seguiré viéndolos de madrugada, en un celular, con audífonos, en secreto, mientras mis hijas duermen. A veces amaneciendo, otras quedándome dormido, porque para el emigrante eso es Venezuela, un amor clandestino, que uno cuida en silencio. Un día, quizás, ya no lo veremos a escondidas. Un día será noticia en todas partes y el himno sonará en un estadio del mundo. Y ese día habremos ganado algo más que un partido. Habremos crecido como sociedad, espiritual y culturalmente. 

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