La Historia de la Independencia es la historia de un mito. Y los mitos son ficciones
"Sólo nos quedan dos palabras sagradas. Una de ellas es «amor»; la otra es «venganza»"
Vasili Grossman, 15 de octubre de 1943
Nuestros Padres Fundadores no fueron humanos sino súper héroes. Y la mayoría de los venezolanos se los imaginan etéreos, perfectos y libres de toda culpa y pecado.
La mayoría fueron guerreros. Y los que no lo fueron terminaron en el exilio. Andrés Bello huyó de la Independencia como hoy huyen los ucranianos, los rusos, los israelíes e iraníes de sus propias guerras. Las guerras son traiciones. Honor y gloria es la partitura de un encubrimiento colosal. El lenguaje sirve para todo. Y lo político e ideológico hacen el resto.
La Historia de la Independencia es la historia de un mito. Y los mitos son ficciones. ¿Por qué el mito es más popular que la historia? Porque el mito embellece la realidad. Normaliza las contradicciones y hace del horror una película de Walt Disney.
Luego está el lente deformador más pernicioso de todos: “Un anacronismo histórico es un error de cronología en el que algo, como un objeto, un concepto o una idea, se sitúa en un período histórico incorrecto. Básicamente, es cuando algo "fuera de tiempo" se introduce en una narrativa histórica, ya sea en literatura, cine, o en la propia historia”. (IA)
Los recuerdos del pasado son solo manchas inconexas. Burbujas de jabón que se desintegran. Un invento petulante, aunque aditivo porque nutre conceptos como nación y patria. Comprender el pasado es sustraerse de la película del presente. E intentar pensar con la piel de los muertos que veneramos.
En 1810, inicio de la revolución más sangrienta y calamitosa de toda América, la mayoría ignora algo tan elemental como la edad de los Padres Fundadores: Miranda, 60 años. Rodríguez, 41 años. Piar, 36 años. Ribas, 35 años. Bello, 29 años. Bermúdez, 28 años. Bolívar, 27 años. Ricaurte, 24 años. Mariño, 22 años. Urdaneta, 22 años. Anzoátegui, 21 años. Soublette, 21 años. Páez, 20 años. Codazzi, 17 años. Sucre, 15 años.
Lo que más llama la atención es su juventud. Aunque cuidado, en esa Venezuela, una especie de Edad Media tropical, ya las niñas de 12 años se convertían en mujeres y los hombres eran hombres en plena pubertad también.
Bolívar casó a los 19 años con una española felona y en Madrid. Tamaño desafuero podría desconcertar a los venezolanos de hoy que ignoran también que Bolívar antes que venezolano fue un muy orgulloso señorito español.
Páez cuando no era Páez, sino un simple peón de los llanos, mató a un cuatrero a los 17 años. Pensar mal en los asuntos humanos nos lleva al acierto. El Centauro de los Llanos pudo haber sido primero cuatrero que Libertador. Las suposiciones son la historia real, aunque esto contradiga la confianza en los documentos.
Para evitar cualquier acusación inquisitorial recurro a Manuel Caballero: “Y lo que en la paz es un crimen, en la guerra puede ser una hazaña. El crimen no paga, si se comete en la paz: en la guerra, puede convertir al delincuente en un libertador”.
Además, nuestros Padres Fundadores no fueron buenos amigos. Todos ellos terminaron peleándose entre sí y hasta matándose. Lo normal era morir en el exilio o por la vía del asesinato como le sucedió a Sucre con apenas treinta y cinco años de edad.
Simón Bolívar, en la cúspide del mito mayor, muere en 1830 repudiado por Páez y Santander; los principales líderes del Partido anti bolivariano de ese entonces. Razón por la cual Manuelita, O´Leary, Urdaneta y Sucre entraron en desgracia entre los más connotados y cercanos al caraqueño.
Todo esto no es ningún infundio. Es lo más cercano a lo que en realidad pasó. Sólo que no se dice porque los mitos como los asuntos religiosos son dogmas de fe. Y más si se trata del mito patriótico fundacional.
Esta historia de los escombros es siempre incomoda porque nos obliga a pensar por cuenta propia. Y a no dejar que nos impongan clichés. El caos histórico se alimenta de irracionalidades y pasiones. Y la que más abunda es la del odio.
Nuestros Padres Fundadores tienen más defectos que virtudes. Quizás por ello preferimos la mentira y el disimulo para abrazarnos a sus causas. Extrapoladas éstas, a los intereses de quienes, desde el Poder y presente, imponen la memoria oficial del pasado en Venezuela.

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