La Universidad del siglo XXI |
Escrito por Antonio José Monagas | X: @ajmonagas |
Sábado, 05 de Abril de 2025 06:39 |
No es de negar, que ésta quedó rezagada. No sólo por razones que tocan lo político o lo académico. Asimismo, en cuanto a la organización que ha modelado su funcionalidad, gobernabilidad y relaciones con la economía, la sociedad y la cultura. Todos, ámbitos específicos de la vida pública que influyen ante los vínculos que han sustentado su vitalidad y comportamiento organizacional. No es de dudar que, de cara a lo que las nuevas realidades exigen de la Universidad del siglo XXI, muchas interrogantes siguen acechando las intenciones institucionales de esclarecer problemas que continúan agobiando el bienestar humano. Más aún, toda vez que a ella seguirá correspondiéndole la colaboración en la orientación del desarrollo pautado. O como reza el artículo 2° de la Reforma de la Ley de Universidades, sancionada en septiembre, 1970, (Caso Venezuela), a las universidades nacionales “(…) corresponde colaborar en la orientación de la vida del país, mediante su contribución doctrinaria en el esclarecimiento de los problemas nacionales”.
Ante la desnudez de nuevas realidades En el contexto de las nuevas realidades propias del siglo XXI, ya no tiene cabida el término de contribución doctrinaria dado el carácter dogmático que encierra su significación. Luce agotado por manido e ineficaz. Será más conveniente y quizás bastante pertinente, hablar de aporte sustantivo y oportuno toda vez que la acepción de dicha frase compromete capacidades y potencialidades universitarias a fin de aportar su intelectualidad. Estas fortalezas, situadas en el entorno institucional, lugar donde radica la disposición de los académicos en tanto creadores y portadores del conocimiento, detentan la ventaja de comportarse ajustables tanto a la naturaleza de las necesidades reclamadas por la sociedad, como a las exigencias requeridas a instancia de los lineamientos de planificación del desarrollo nacional, regional o local. Su singularidad, enfocada desde la perspectiva de un nuevo tiempo, anima a concebir a la universidad a partir de la fundamentación que permite entenderla y apreciarla. Ya no como venía haciéndose. O sea, con una visión academicista que raya con el carácter enciclopedista del conocimiento que se imparte. Lo cual ha ocasionado el egreso de profesionales preparados sólo con el conocimiento previsto para superar las brechas que configuran situaciones caldeadas por demandas generalizadas. Aunque dirigidas a salvar ocasiones amañadas a una temporalidad estúpidamente definida. Además, con la improvisación empleada como soporte de respuestas insuficientemente justificadas sólo para llenar los espacios de las urgencias.
Cambios sin ensayo fundamentados En lo andado del siglo XXI, la universidad se ha transformado tan raudamente que, muchos de los cambios adelantados y otros propuestos, se han ensayado con base en procesos cognitivos formados a partir de secuencias propias de procesos enseñanza-aprendizaje hilvanados por arbitrariedades justificadas por razones más prioritarias que urgentes. Sin embargo, la tendencia inmediatista de teorizar sobre teorías, pareciera haber configurado procesos atados a alardesde presunciones de saberes inspirados más en la soberbia de académicos políticamente escandalosos, que en la mesura de académicos analistas e investigadores acuciosos. Poco se ha comprendido que la Universidad funciona ajustada a procesos de innovación y adecuación de conocimientos. Los mismos, consistentes en continuidades registradas por razones y efectos que procuran interpretar las exigencias señaladas por los lineamientos de planificación del desarrollo de la sociedad organizada. Y para lo cual, es imprescindible acuciar la interpretación de las políticas y objetivos trazados por las líneas del desarrollo pretendido a través de la docencia, la investigación, la extensión universitaria. Ello, en su relación con la compenetración del ser humano con el desarrollo. Sin embargo, en el fragor que incitan los propósitos de concatenar la vida humana con la significación que compromete al concepto de “desarrollo”, desconociendo la visual axiológica de la Universidad, se suscitan problemas que ocasionan serias fracturas a la esencia política que envuelve la dinámica universitaria.
La organización universitaria Las realidades que dan espacio al modelo de organización que aplica la universidad para apuntalar su movilidad en los campos posibles del saber humano, asoman lo que en esencia caracteriza la democracia a lo interno de la Universidad. Por dicha razón, la académica universitaria no podría funcionar al margen de actuar apegada a la organización que inspira la democracia, la justicia social, el pluralismo humano, el respeto, la responsabilidad y la solidaridad. Es decir, cobijada en valores de moralidad y ética social. Lo contrario, generaría problemas de gobernabilidad toda vez que no se permita que sus funciones se procuren cual mecanismo de organización institucional, coordinación social y administración patrimonial. O sea, sin la debida contribución que puede inducir un modelos de democracia académica-institucional (Véase las consideraciones que activaron un debate complementado por aportes de universidades latinoamericanas en su momento vivido en 1918)
Un breve epílogo La Universidad del siglo XXI, deberá adoptar nuevas formas de conducirse ante una comprensión que proceda a evitar el fraguado de posibilidades capaces de animar justificaciones que abulten insuficiencias escondidas debajo del concepto de “autonomía universitaria”. En consecuencia, las dificultades que de todos lados surgen, buscan amalgamarse entre sí para entonces enrarecer situaciones haciéndolas más conflictivas y hasta difíciles de lidiar con ellas. De esa manera, la consabida “autonomía”, podría embutirse en los mezclotes que anima la política partidista para que de su intervención, la incertidumbre oscurezca más aún los espacios que siguen sin contenido alguno en los terrenos del discurrir universitario. Y necesariamente, dicho tránsito pasaría por la ruta que debe llevar a resolver la opacidad (por exigua que es) de la “razón de ser” de la Universidad. Más, cuando una retahila de metáforas construídas por intelectuales trasnochados pretende solapar lo que escasamente se haya pronunciado derivándose un burdo eufemismo que sólo confunde y desorienta el accionar universitario. Y es lo que debe tenerse claro a la hora de discutir la dirección que, en medio de las complejidades de las nuevas realidades, deben enrumbar la Universidad del siglo XXI. |
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