| Francisco, un papa de nuestro tiempo |
| Escrito por Ángel Lombardi Lombardi | @angellombardi |
| Miércoles, 23 de Abril de 2025 05:47 |
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El "aggiornamento" de la Iglesia, que encerrada en sí misma, por varios siglos, se puso de espaldas a lo que terminamos llamando la "modernidad". A pesar que, en esos siglos, voces católicas proféticas, hacían un gran esfuerzo por entender el mundo moderno y sus avances, contradicciones y limitaciones. Un mundo en movimiento, eurocéntrico, industrialista, cada vez más laicizado, agnóstico, nihilista, en donde inclusive se llegó a proclamar la "muerte de Dios" y el fin de las grandes religiones, en particular la católica. Ya en el siglo XIX la Iglesia intentó reaccionar convocando el Concilio Vaticano I interrumpido por la guerra franco-prusiana, pero también por la confusión interna, sobre el que-hacer. La primera respuesta institucional a estos desafíos, fue la Encíclica RERUM NOVARUM (de las cosas nuevas) que inaugura un siglo largo de Encíclicas y Documentos sobre los problemas contemporáneos e inclusive anima a los católicos a asumir el compromiso político, y asi es como nacen los partidos políticos cristianos o demócratas cristianos, los curas-obreros, la teología de la liberación, etc. Cada papa hizo su esfuerzo, el ya citado Juan XXIII, Paulo VI, Juan Pablo I, Juan Pablo II, Benedicto XVI y Francisco, para mi gusto, el de mayor apertura al mundo nuevo del siglo XXI en pleno desarrollo. Quizás su condición de latinoamericano y jesuita y el nombre de Francisco fueron determinantes, en esta visión del mundo nuevo, más abierta, más tolerante, más fraterna, más ecuménica, menos italiana y europea y más cercana a Asia, Indo-Pacifico, África, a la otra América, a lo que se ha terminado llamando el Sur Global. Y una cercanía absoluta a los más débiles, indefensos, marginados, etc. No es casual, que su homilía pascual testamentaria, murió el mismo día, fuera un grito de angustia, frente a las discordias y violencias del mundo y guerras en curso y al mismo tiempo la reafirmación crística, de la esperanza cristiana, que empieza aquí en la tierra, en el aquí y ahora de la gente concreta, en la historia, pero que siempre nos remite al fin de los tiempos, a la resurrección y eternidad, por obra y gracia del Dios-Amor. Pero ese Dios Amor quiere y necesita encarnar en cada uno, en la caridad real, ejercida y practicada, no solamente declarada. Fe sin caridad no funciona y ambas son necesarias para la esperanza.
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