El abrazo
Escrito por Rodolfo Izaguirre   
Domingo, 04 de Mayo de 2025 00:00

alt¡Seguímos siendo  el cazador que fuimos en los mismos valles que conocieron los animales de la prehistoria

y nuestra presa mas codiciada continua siendo la mujer. Lo que cambia, son los recursos, las estratagemas, los ángulos y maneras de aproximarse o de seducir a la mujer que es cazada o apresada;  pero también ella ha cambiado con el paso del tiempo, va a la universidad, maneja ideas propias y se ha vuelto independiente y cazadora. Lo que no cambia son los impulsos del abrazo a la hora del amor y de la alegría del encuentro familiar.  Cambia lo que construimos y luego destruimos por negligencia o por guerras absurdas y catastróficas: cambian las amistades, los edificios, envejecen las ciudades y muere el mar; se desvanecen los mitos y nos degradamos, damos la espalda a la solidaridad, a la generosidad, no escuchamos con los ojos como pedía Sor Juana Inés de la Cruz y traicionamos juramentos que estuvieron protegidos por alguna  promesa sagrada, como los juramentos militares en el caso de la Venezuela bolivariana.

Es difícil rechazar el arrebato emocional, el impulso que creemos liberador porque hay pasión y furiosa locura en él; hay cielos despejados siempre azules incluso cuando hay nubes que lo ocultan y dos o tres pájaros en vuelo y a diferencia de ellos con el arrebato del sexo perdemos el rumbo y caemos en el precipicio de las desilusiones como si estuviésemos abrazados a la ardiente inclemencia del  sol.

 En el abrazo podemos expresar rechazo o aceptación, odio o asperezas del corazón, pero también amor y alegría cuando el espíritu es noble y generoso. Estrechar a alguien entre nuestros brazos es sentir los impulsos de amor, la manifestación del saludo, el dolor de la despedida al descubrir que fue la última. Cuando el abrazo es fingido, en lugar de amor hay engaño y el beso se transforma en traición. 

Quienes se abrazan a Dios creen haber alcanzado la gloria, permanecer in excelsis. En el cine, contrariamente, vemos al amante abrazar con dulce ternura a la mujer, le susurra apasionadas frases de amor mientras hunde el puñal en el cuerpo que tanto besó y acarició; porque no siempre el deseo hace germinar afectos, ya que puede darle aliento a la muerte que gusta ocultarse a veces detrás de las promesas de amor de la misma manera como Satanás se esconde detrás de la cruz para asaltar a sus  fervorosas presas.

La hiedra silenciosa, extiende su brillante verdor y cubre la rugosa superficie del muro con sigilosa pero inexorable lentitud; se abraza al Tiempo que ella pretende ser o sustituir y avanza adueñándose de un espacio que no es suyo. De igual modo, la planta parásita se abraza al árbol robusto, se apega a su rugosa corteza y decide vivir y respirar junto a él y nosotros también nos abrazamos al árbol, es decir, respetamos y veneramos su larga y poderosa vida.

"Los muy fermosos y bien apuestos brazos parecían no denegar los dulces abrazos", y la palabra abrazo aparece en Tristán Leonis, caballero de la Mesa Redonda, un libro de caballería publicado en 1501 que refiere las aventuras de quien estuvo junto al Rey Arturo y fue amigo de Lancelot  y son millares los abrazos que el ser humano ha prodigado a lo largo de sus sucesivas edades.  "No podré venir a  los deleites del abrazo de la unión con Dios " escribió San Juan de la Cruz  en uno de sus lúcidos arrebatos místicos al ofrecer su abrazo como inspirada prenda religiosa y me maravillé yo mismo cuando vi al Papa Francisco no sé si dentro o fuera del Vaticano abrazar a futbolistas argentinos en uniforme de juego sin la rígida, negra y obligada vestimenta que exige el protocolo para las audiencias del Sumo Pontífice y lo aplaudí porque es la primera vez que veo a un Papa abrazar a alguien. ¡Anhelo abrazar a un Papa o que el Papa me abrace a mí! Sería como encontrar una rosa azul entre los helechos que reinan en el jardín de mi casa. Es difícil rechazar el arrebato emocional, el impulso que creemos liberador porque hay pasión y furiosa locura en él; hay cielos despejados siempre azules incluso cuando hay nubes que lo ocultan y dos o tres pájaros en vuelo y a diferencia de ellos con el arrebato del sexo perdemos el rumbo y caemos en el precipicio de las desilusiones como si estuviésemos abrazados a la ardiente inclemencia del  sol que puede aniquilarnos en la piscina del bikini rojo o en el vivo desierto de nuestras propias emociones.

Es difícil rechazar el arrebato emocional, el impulso que creemos liberador porque hay pasión y furiosa locura en él; hay cielos despejados siempre azules incluso cuando hay nubes que lo ocultan y dos o tres pájaros en vuelo y a diferencia de ellos con el arrebato del sexo perdemos el rumbo y caemos en el precipicio de las desilusiones como si estuviésemos abrazados a la ardiente inclemencia del  sol que puede aniquilarnos en la piscina del bikini rojo o en el vivo desierto de nuestras propias emociones.

Siendo niño jamás sentí la mano de mi padre acariciándome o que pronunciara en vida una palabra de afecto y este comportamiento ausente erosionó de tal manera mi relación con él que terminé reconociendo y aceptando a Andrés Bello no sólo como mi padre sino como el verdadero Padre del país venezolano. El mío desapareció de mi vida y en su lugar quedó el copretérito de Bello y la beneficiosa existencia chilena del humanista cuyo nombre jamás mencionan los ásperos gobiernos que tanto nos maltratan porque temen a los que piensan.  

Sé sobradamente que los Papas no están solos. Hay una cristiandad que los acompaña, pero ¡no nos abrazan!  Lo hacen con la mirada puesta en la ciudad y en el mundo que somos, y nos abrazan a su manera con una señal de la cruz trazada en el aire como un reiterado gesto de costumbre. 

El futbolista tampoco está solo. Integra un equipo, se debe a él, pero cuando mete un gol generalmente no se abraza de inmediato al equipo sino que corre enloquecido a abrazarse con los espectadores que desde las tribunas lo aclaman con furiosa alegría mientras su equipo igualmente enloquecido corre tras él para abrazarlo. En el fútbol, pero también en el Vaticano  (¡si creemos en el film Cónclave!) solo hay seres papales que buscan, cada uno, desprestigiar a los otros y destacarse pensando en el beneficio personal, pero en la rueda de prensa el goleador miente cuando asegura  que al anotar el gol solo lo animaba el triunfo de su equipo. Al Vaticano y al deporte los ahogan respectivamente poderosas manipulaciones e inversiones que los han condenado a ser el colosal y millonario espectáculo en el que un  gol o un ace en tenis pueden valer una buena fortuna y con una homilía oportuna, la de ser elegido Papa en un Cónclave de "inocentes" Cardenales. 


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