El bloqueo naval a Venezuela (1902-1903): diplomacia bajo fuego
Escrito por Luis Perozo Padua | X: @LuisPerozoPadua   
Sábado, 13 de Septiembre de 2025 04:36

altEntre diciembre de 1902 y febrero de 1903, Venezuela fue cercada por una flota conjunta de Inglaterra, Alemania e Italia, en reclamo del pago de su deuda externa y supuestas indemnizaciones.

El gobierno de Cipriano Castro, debilitado por guerras internas y una economía en bancarrota, respondió con una proclama que despertó sentimientos nacionalistas y el respaldo de voluntarios inesperados. La crisis terminaría en Washington, bajo la mediación de Estados Unidos, con un acuerdo que redujo significativamente el monto exigido. Un episodio que selló la hegemonía estadounidense en el continente y que hoy resuena en la memoria histórica como metáfora de nuevos cercos


La Guaira, diciembre de 1902.

La madrugada aún no clareaba del todo cuando un bramido metálico retumbó en la rada: eran los cañones de una escuadra combinada, inglesa y alemana, que apuntaban hacia la costa. El silbido de las sirenas navales estremeció a los pescadores, y la población —temerosa— corría hacia las lomas para observar, desde lejos, aquel espectáculo bélico. Los estandartes de dos imperios ondeaban sobre los mástiles, marcando el inicio de un episodio insólito: Venezuela estaba sitiada por las potencias más poderosas de Europa.

El 9 de diciembre, quince unidades de guerra británicas y alemanas irrumpieron en La Guaira. En un solo movimiento tomaron seis buques venezolanos anclados en dique seco, desembarcaron tropas y ocuparon los muelles sin disparar un tiro. A medianoche, soldados germanos marcharon por la ciudad para evacuar a sus diplomáticos hacia la flota, temerosos de una represalia. Horas más tarde, marineros ingleses hicieron lo mismo con sus connacionales.

No sería la única operación. En Guanta, dos buques alemanes capturaron un vapor de guerra venezolano. En Trinidad, la marina británica incorporó el vapor Bolívar, obligándolo a enarbolar bandera inglesa. Días después, entre el 12 y 13 de diciembre, fuerzas británicas tomaron el castillo Libertador y el fortín Solano en Puerto Cabello. El mar Caribe hervía de acorazados, cruceros y cañoneros europeos que se turnaban para patrullar, bloquear y presionar.


Cifras que ahogaban al país

El trasfondo era económico. Para el 31 de diciembre de 1902, Venezuela adeudaba 119 millones 300 mil bolívares de capital, a los que se sumaban 46 millones de intereses acumulados. La cifra total ascendía a 165 millones 300 mil bolívares. El país estaba exhausto: las guerras civiles del XIX habían vaciado la hacienda pública, y desde 1900 los ingresos fiscales apenas promediaban 30 millones anuales. Con tal panorama, la suspensión de pagos decretada por el gobierno de Cipriano Castro era inevitable.

A la deuda formal se añadían las reclamaciones extranjeras por supuestos daños sufridos durante las guerras internas. Alemania, Inglaterra e Italia presionaban para que se reconocieran esos montos, que ascendían a 186 millones 500 mil bolívares adicionales. Caracas lo consideraba un abuso, pues muchas de esas demandas estaban infladas. El propio Castro sostenía que “ningún país podía aceptar tales exageraciones sin hipotecar su soberanía”.

La tensión escaló cuando, el 22 de diciembre, los británicos anunciaron por medio del vicealmirante Archibald Lucas Douglas que se declaraba el bloqueo de La Guaira, Carenero, Guanta, Cumaná, Carúpano y las bocas del Orinoco. Los alemanes, por su parte, proclamaron el cierre de Puerto Cabello y Maracaibo. El Caribe venezolano quedó paralizado bajo ordenanzas publicadas en la prensa local y firmadas a bordo de buques de guerra.


La proclama del Restaurador

En Caracas, la noticia cayó como una bomba. Cipriano Castro, presidente desde 1899, reaccionó con teatralidad patriótica. El 9 de diciembre, mientras las escuadras ocupaban La Guaira, hizo pública una proclama que buscaba unir al país frente al enemigo externo.

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“¡La planta insolente del extranjero ha profanado el sagrado suelo de la patria!”, exclamaba el texto. Denunciaba el “hecho innoble” de las potencias que sorprendieron a “vapores indefensos” en los diques de La Guaira.

La proclama iba más allá de la denuncia. En un gesto calculado, Castro decretó una amnistía general: liberó a los presos políticos, restituyó bienes a los revolucionarios y ofreció perdón a los exiliados. En un país dividido por décadas de guerras intestinas, el llamado era un intento de reconciliación. “Abro las puertas de todas las cárceles de la República para los detenidos políticos”, afirmaba, como quien busca transformar la amenaza externa en un catalizador de unidad.

El mensaje prendió. Jóvenes estudiantes, profesionales e incluso médicos como José Gregorio Hernández se enlistaron en la posibilidad de un enfrentamiento bélico. El fervor nacionalista, inspirado en los recuerdos de Bolívar y Ayacucho, contrastaba con la precariedad militar venezolana frente a las poderosas flotas de ultramar.


Washington, última salida

El conflicto no se resolvió con armas, aunque hubo momentos tensos. En enero de 1903, buques alemanes e ingleses intentaron forzar la barra del lago de Maracaibo. Desde el castillo San Carlos, la artillería venezolana respondió. Se libró un breve duelo que terminó con la retirada europea. Fue el único enfrentamiento directo, más simbólico que efectivo, pero que alimentó la narrativa de resistencia.

El desenlace se produjo en la mesa de negociaciones. El 13 de febrero de 1903 se firmaron en Washington los protocolos de acuerdo. Venezuela estuvo representada por el ministro estadounidense en Caracas, Herbert Wolcott Bowen, designado mediador por Castro.

El acuerdo establecía el reinicio del pago de la deuda externa, cifrada en 165 millones 300 mil bolívares de capital e intereses, así como el reconocimiento de indemnizaciones extranjeras por 35 millones 500 mil bolívares, luego de ser depuradas y revisadas por comisiones mixtas. Esto representó una reducción significativa con respecto a las demandas iniciales, que ascendían a más de 186 millones de bolívares. En definitiva, el país terminó pagando 150 millones 900 mil bolívares menos de lo que reclamaban sus acreedores.

La mediación norteamericana no solo salvó al gobierno de Castro de una derrota humillante, sino que consolidó la supremacía diplomática de Washington en América Latina.


Entre la gloria y la humillación

El bloqueo naval tuvo un efecto paradójico. Para muchos venezolanos, fue y sigue siendo una gesta de dignidad nacional, un momento en que un país débil se enfrentó al poderío imperial. La proclama de Castro, los voluntarios y las manifestaciones populares quedaron en la memoria como un capítulo de resistencia. Pero en el fondo, la realidad era otra: Venezuela no ganó la batalla, simplemente aceptó un arreglo bajo presión extranjera.

La reducción de las deudas reclamadas fue, sin duda, un alivio. Sin embargo, el costo político fue alto: se reconoció la incapacidad del país para manejar sus finanzas y se abrió la puerta a un tutelaje externo que minó la soberanía económica.


Un eco hasta hoy

Más de un siglo después, aquel cerco naval resuena con ecos inquietantes. Hoy Venezuela no está sitiada por cañoneras extranjeras, pero sí por un cerco político, económico y social que parte del corazón mismo de su poder. Desde Miraflores, una tiranía —ilegítima a los ojos del mundo, repudiada en múltiples foros internacionales— mantiene sofocada a la nación. Ya no son las flotas del Imperio Británico ni de la Alemania Guillermina las que restringen la libertad, sino un régimen que se aferra al poder mediante la represión, la censura y el hambre.

La proclama de Castro, que entonces convocó a la unidad, hoy se lee como un espejo invertido: mientras en 1902 el enemigo era externo, en el presente la asfixia es interna. Y en ese contraste late la lección de la historia: las naciones, para sobrevivir, deben mirar hacia dentro tanto como hacia fuera. Porque el verdadero bloqueo no siempre viene del mar, sino de la traición a la esperanza de un pueblo.

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@LuisPerozoPadua

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