El juego de la oca
Escrito por Armando Durán   
Lunes, 23 de Noviembre de 2009 06:10

altEl objetivo final del juego es llegar a la casilla 63, el llamado jardín de la oca, final de un viaje más o menos interminable a lo largo de una espiral desbordada de obstáculos y dificultades. A pesar de su simplicidad, el juego ha conservado su popularidad desde la antigua Grecia, probablemente, porque reproduce, de manera inequívoca, la exacta naturaleza de todos los proyectos que florecen en la imaginación de los hombres. La única diferencia que lo separa de la vida verdadera es que en la realidad, mientras más ambiciosa sea la recompensa que se persigue, mayores serán los obstáculos y las dificultades a vencer. Y que si bien en el tablero de juego, tarde o temprano, se conquista la meta, en el terreno de los hechos concretos los sueños casi siempre son lo que siempre han sido.

Hugo Chávez ignoró desde un principio esta regla elemental de la existencia del individuo y de la historia de los pueblos. Creyó que para hacer realidad su deseo de poder absoluto bastaba fijar en su cabeza ese deseo y luego cimentarlo en la conciencia de muchos distribuyendo a mansalva los frutos de nuestra riqueza petrolera. Pasó por alto, sin embargo, la irrefutable verdad de los números. Que es, ni más ni menos, lo que ha significado el aldabonazo que las últimas cifras del Banco Central acaban de asestarles al propio Chávez y a los filósofos del optimismo oficial. Como advertíamos la semana pasada, Venezuela, o para ser más precisos, la Venezuela al revés que pretende construir Chávez para su mayor gloria personal, toca fondo. Hasta el extremo de que Alí Rodríguez Araque se ha visto obligado a reconocer la semana pasada que la economía se contraerá este año 2,2%, un numerito sin duda amablemente maquillado, pero que pone en entredicho al mismísimo jefe máximo, quien no se ha cansado de afirmar y repetir que las crisis son desgracias que sólo ocurren en el fracasado campo del capitalismo.

Lo cierto es que ya no hay forma de disimular lo que cada día resulta más evidente. En esta desdichada Venezuela de Chávez se acabó por fin lo que se daba. Y a partir de ahora, además de sentirnos acorralados por un hampa que según la versión chavista de la historia no existe más que en las perversas tergiversaciones de los medios de comunicación para desacreditar dentro y fuera de Venezuela la imagen del régimen, los venezolanos tendremos que irnos acostumbrando a vivir con la falta cotidiana de agua y electricidad, con el desastre permanente de los servicios de salud y educación, con la inflación asfixiante, con el empleo informal como única esperanza para más de la mitad de la población.

Esta situación se agrava notablemente cuando un organismo tan ajeno al imperio y a sus secuaces criollos como Transparencia Internacional coloca a Venezuela a la cabeza de casi todos los países del planeta en su loca carrera por ver cuál de ellos es el más corrupto. Una estadística que, por supuesto, deja de lado lo que a simple vista se conoce en Venezuela: buena parte de los colaboradores de Chávez, además de incapaces y corruptos, exhiben una voracidad capitalista por los dólares y el consumismo nunca antes vista. Y todo ello con la curiosa especificidad de que a pesar de marchar como dicen que marchamos hacia el socialismo salvador de todos los males a paso de vencedores, quienes más sufren estas miserias humanas de la incapacidad y la corrupción son los venezolanos más pobres.

Tal como ocurría en el pasado.

Una paradoja que ha remontado la corriente hasta convertirse, estos días de asedio y embestida oficial en todos los frentes, incluso en el del PSUV, en la chispa que bien puede incendiar muy pronto toda la pradera. La única incógnita consiste en figurarnos hasta cuándo podrá la resignación del venezolano estirar el chicle antes de que la goma pierda su elasticidad y se rompa en mil pedazos.

Una cosa sí sabemos con certeza. Mientras Chávez continúe lanzando los dados de este siniestro juego de la oca nacional sobre el tapete verde ilusión de los venezolanos, jamás nos plantaremos en esa grandiosa casilla 63, hoy por hoy más lejana e inalcanzable que nunca. Ni los vientos de guerra que Chávez persiste en dirigir sobre nosotros a ver si la jugarreta nacionalista vuelve a prender la llama del amor en el corazón de los electores, ni sus esfuerzos adanistas por convencernos de que el año que viene Venezuela asombrará al mundo con la magnitud de su desarrollo económico y social, ni nada de nada que se le ocurra a Chávez hoy o mañana, podrá impedir lo que todos sabemos.

Hoy como ayer, dos más dos son cuatro.

El Nacional


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