“Pienso, luego existo”. Me educo, entonces soy
Escrito por Dr. Abraham Gómez | X: @fabrahamgr   
Miércoles, 15 de Enero de 2025 08:02

altDe todos es suficientemente conocido que el asunto contencioso por la Guayana Esequiba ha comportado el eje central de mis estudios

académicos por más de 45 años; no obstante, he querido hoy dedicar este análisis al tema de la Educación, en su más amplia dimensión abarcativa; que  a su vez,  se integra por  tres componentes que la constituyen, en esencia: El instruccional asentado en la malla curricular; así también, la socialización y participación en los distintos espacios humanos y la internalización de valores (axiología). Tal es la complejidad de la educación, apreciada holísticamente.

Para ubicarnos en contexto, comienzo diciendo que a lo largo de la historia los seres humanos han tenido siempre la acuciosa disposición de procurarse cada vez más cosas.

Ha sido una carrera desenfrenada, sin límites. 

Se han discernido ideas increíbles desde La Edad de Piedra (tal vez) hasta hoy.

Por ejemplo, los asuntos quizás    impensables apenas dos decenios atrás, en la actualidad son cotidianos.

Los seres humanos buscamos todo el tiempo y circunstancias -por encima de lo que sea y a cualquier riesgo y precio- ampliar horizontes; y admitamos que todavía esa perspectiva sigue abierta como el primer día.

Vivimos pensando -elucidando- cualquier cantidad de alternativas existenciales.

Ha quedado plenamente demostrado; y todos podemos ofrecer testimonios del siguiente aserto:   Mucho más es el tiempo que pasa uno hablando con uno mismo, reflexionando que el tiempo dedicado a comunicarle a los demás “nuestros pareceres”.

Sin lugar a dudas, uno de los instrumentos expeditos para formalizar y sistematizar todo cuanto pensamos y deseamos ponerlo en práctica es la Educación; ampliamente considerada en su tríada, arriba ya citada.

Con la Educación, en tanto institución social; igualmente asumido, como exquisito vehículo de enseñanza-aprendizaje hemos hecho maravillas; sí pero también hemos cometido bastantes desaciertos.

Sin embargo, hemos ocupado suficientes horas teorizando cómo acceder y consolidar un “proceso” educativo exactamente para los tiempos que nos toca vivir y que trace una línea auspiciosa a futuro. Hasta el presente no ha resultado del todo a plena satisfacción.

Fijémonos que antes se decía: “Hay que mejorar la educación”. ¿Y qué se adelantó para cumplir tal objetivo?  Uno que otro remiendo se hizo.

Luego, se insistió en señalar la urgencia de   darnos una “educación de calidad”, y esto no fue más a allá de replantearse una planificación curricular con objetivos diseñados de manera rígida, cuya esencia apuntó casi que únicamente en términos economicistas: “La consecución de profesionales universitarios que egresaran con la misión principal de producir”.

Se objetivaba la calidad de la educación por lo tangible, lo medible.

La inmediata consecuencia del diagnóstico anterior era que muchos aspectos que corresponden a las otras magnitudes de los seres humanos no eran incorporados en los diseños curriculares. Así entonces, quedaban por fuera: vivencias, experiencias, miradas, emociones, sensibilidades, anécdotas, subjetividades puras, querencias, singularidades, enfoques por muy disímiles que resultaren. Alguien dirá (con abundantes razones, quizás) con nada de lo último aquí descrito se va al mercado.

Una batalla que parece que la ganan los propiciadores de la mal llamada “educación de calidad”.  Alabarderos de la teoría economicista dura.

Si la propuesta de integralidad aspira a obtener fuerza y consistencia epistemológica; a  sostener una teoría seria, creíble, entonces todo cuanto se piense, aporte y comporte por la educación debe involucrar: Conocimientos, actitudes, valores, la equidad en/para la vinculación social, la coherencia, la eficiencia, la tecnología y un larguísimo etcétera.

Deseamos detenernos en referencia al factor tecnologizante que en la actualidad se encuentra implícito en los procesos educativos. Y deseamos explicar que, en los últimos 25 años, que es el tiempo que tiene de vigencia la www (Word wide web), estamos enganchados en ese extraordinario instrumento de educación continua y permanente.

Nos ha atrapado esa Red de redes.

Internet llegó para quedarse, sin la intención de desplazar nada ni a nadie, sino para complementar las funciones y procedimientos de aprehensión y comprensión de las realidades.

Internet y todo lo que ello arrastra (sus plataformas digitales) se ha constituido en un elogiable medio electrónico para los aprendizajes virtualizados, para buscar “saberes” on-line a conciencia, donde cada quien debe asumirlo con ética.

Se está volviendo como un hecho inescurrible e inevitable que cada quien diga “Me conecto, luego soy”.

Pareciera que “no va pal baile” quien no intente manejar y capacitarse en: Internet, intranet, cdrom, producciones multimedia, habilitar estrategias de e-learning y últimamente inteligencia artificial; pero, hay que tener mucho cuidado de no entramparse, y pensar que basta que tengamos cierto domino tecnológico de los procesos educativos virtualizados para apelar a todo eso con la finalidad de salir de cuanto atolladero se nos presente. Es apenas un instrumento electrónico, un vehículo de conexión digitalizada, un medio de interconexión de alcance mundial para potenciar nuestras capacidades; para vincular la tecnología de la comunicación y la información con el autoaprendizaje, teniendo al ser humano en el centro de todo proceso. Aceptemos tal desafío.


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