La abstención como espejo roto: Rómulo Betancourt frente al dilema venezolano
Escrito por Freddy Marcano | X: @freddyamarcano   
Jueves, 05 de Junio de 2025 05:09

altHay diversos criterios de aproximación frente a los resultados de los comicios del pasado 25 de Mayo.

Es de suponer que la oposición democrática ha de dar un debate intenso sobre lo que pasó porque el tema no es cosa de pasar rápidamente la página. En una Venezuela, marcada por la erosión institucional y el desencanto colectivo, la abstención ha dejado de ser un gesto ocasional para convertirse en una práctica política estructural. Es más que ausencia de voto: es una forma de resignación activa. Pero no todo silencio es digno, ni toda renuncia estratégica. La abstención, que algunos glorifican como protesta legítima, termina por parecerse más a una renuncia cívica cuando no se acompaña de una narrativa que le dé sentido y dirección. ¿Qué haría Rómulo Betancourt ante este vacío? ¿Aplaudiría el retiro o convocaría a la rearticulación democrática?

Betancourt, arquitecto de la democracia venezolana del siglo XX, entendía que la política no es un concurso de pureza, sino un terreno de disputa constante. No era ingenuo: supo cuándo retirarse, pero también cuándo lanzarse al ruedo con una claridad estratégica que hoy la oposición parece haber extraviado. Su liderazgo se forjó entre la resistencia al gomecismo, la represión perezjimenista y la construcción de un pacto democrático duradero. La abstención, para Betancourt, solo era válida si se acompañaba de un plan de movilización real, de pedagogía política, de propósito colectivo. Nunca fue una retirada hacia el abismo.

Rómulo Betancourt

En cambio, la abstención actual parece no tener padre o madre aunque algunos se la adjudiquen, pero tampoco futuro. Se ha vuelto, como ya dije, una suerte de catarsis cívica: una respuesta visceral ante procesos electorales desprovistos de condiciones mínimas. Pero la rabia no constituye una estrategia. En el mejor de los casos, la abstención denuncia el secuestro institucional; en el peor, le allana el camino a la perpetuación de esos secuestradores en el poder. Es aquí donde podemos decir que  la abstención sin relato y sin orientación estratégica es una política de la nada, un vacío donde debería haber construcción y horizonte.

Participar sin garantías  y sin condiciones electorales, como ocurrió el pasado mes de mayo, no es precisamente lo que prevaleció en Venezuela hacia diciembre de 1998, cuando ganó y le fue reconocido el triunfo a Chávez, pensarlo puede ser un acto de ingenuidad, pero hoy abstenerse sin alternativa se puede convertir en  una forma de complicidad disfrazada. Entre ambos extremos, Betancourt hubiera optado por la organización. Habría llamado a la construcción de poder desde lo social, a la unidad real —no electoral— de las fuerzas democráticas, y a la presión interna y externa para forzar condiciones que hicieran de la participación un acto de lucha, no de resignación.

Hoy, la abstención se justifica como protesta, pero se ejecuta como derrota. En nombre de la dignidad, muchos renuncian a la única herramienta que alguna vez permitió transiciones. Sin proyecto, sin ética al compromiso, la abstención se transforma en un espejo roto: refleja nuestro hastío, pero no nos muestra el camino. A Betancourt no le habría bastado con rechazar al régimen,  él nos habría exigido una respuesta organizada, lúcida y valiente. Lo demás —diría él— es política de espectadores.




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