| Manipulación emocional y geopolítica: ilusión y distracción |
| Escrito por Freddy Marcano | X: @freddyamarcano |
| Martes, 07 de Octubre de 2025 01:05 |
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Desde 1998, la promesa de un cambio profundo y el rescate del pueblo se presentó como un proyecto de transformación hegemónica, apoyado en un discurso nacionalista que buscaba tocar las fibras más sensibles de la identidad colectiva. El uso de símbolos, héroes históricos y la exaltación de la patria no fueron simples elementos retóricos, sino resortes emocionales que moldearon la percepción ciudadana y le dieron fuerza a una ilusión de justicia y equidad que parecía abrirse como horizonte de futuro. El paso del tiempo mostró que aquella construcción no era ajena a una ingeniería de la persuasión que apelaba a la afinidad con el pueblo, al compromiso de lealtad y a la idea de un proceso irreversible. Lo que en un inicio se presentó como un pacto emocional de esperanza, pronto se convirtió en un mecanismo de control. La entrega de beneficios sociales, las ayudas directas y la manipulación de la escasez se transformaron en un sistema de condicionamiento, donde la supervivencia cotidiana pasó a estar asociada a la fidelidad política. Incluso medidas aparentemente inocentes, como adelantar la Navidad en años recientes, cumplen la función de reorientar la frustración hacia una alegría artificial y pasajera, creando la ilusión de un país que celebra mientras esquiva la realidad de su crisis. Este manejo de las emociones ha sido acompañado de un liderazgo que desde un inicio supo conectar con el dolor y la esperanza de la gente. La cercanía discursiva, la capacidad de escuchar y la empatía simbólica fueron claves para consolidar un vínculo emocional con las mayorías. Sin embargo, esa habilidad, que en sus inicios dio cohesión y confianza, terminó derivando en un control calculado de los estados de ánimo sociales. Hoy, en lugar de estimular la confianza o la participación, el objetivo es otro. Del despertar de la esperanza se trata ahora de la manipulación de la ansiedad con distracciones festivas; y de la empatía simbólica, pasamos a la mitigación de la ira y la desaparición del dolor con espectáculos alegóricos y el desplazamiento de la frustración hacia emociones prefabricadas que no alteren la estructura de poder. No se trata de un fenómeno aislado. Investigaciones como las de Robert Cialdini sobre los mecanismos de la persuasión ayudan a comprender cómo el poder puede valerse de principios básicos para influir en el comportamiento colectivo. Lo que en otros contextos se utiliza para el liderazgo democrático o la comunicación estratégica, en Venezuela ha servido para consolidar la obediencia mediante la manipulación de la esperanza, la administración de la escasez y la creación de festividades anticipadas que buscan desviar la atención ciudadana de los problemas centrales. En este escenario, la reflexión ética es inevitable. La política venezolana muestra que el miedo y la esperanza han sido instrumentalizados como recursos para justificar el autoritarismo, prolongar la dependencia y condicionar la vida pública. El miedo al enemigo externo ha servido para posicionar dos visiones: la primera, para cohesionar las bases y, la segunda, para mantener a una gran parte de la población en una espera indefinida al depositar la esperanza en una eventual ayuda internacional. Ambas emociones, manipuladas desde distintos bandos, terminan restando autonomía al ciudadano, que se ve atrapado entre la ansiedad, por lo que ocurre adentro, y la expectativa, por lo que pudiera pasar desde afuera. La geopolítica añade un elemento de complejidad. En momentos de alta tensión internacional, gran parte de la población abriga la esperanza de que factores externos aceleren el cambio político. Sin embargo, es necesario recordar que cada nación actúa en función de sus propios intereses y no desde un compromiso altruista con la democracia venezolana. Apostar todo a la ayuda foránea es trasladar nuestra esperanza a un terreno incierto, donde los cálculos estratégicos pesan más que la solidaridad. Esta realidad confirma lo advertido por filósofos como Martha Nussbaum, quien insiste en que el uso político del miedo y la manipulación de la esperanza degradan la vida democrática, pues sustituyen la deliberación ciudadana por la administración interesada de emociones colectivas. La experiencia venezolana deja una enseñanza clara: no podemos delegar nuestro destino a la manipulación del poder ni a la promesa incierta de la geopolítica. Es indispensable reconocer cómo se construyen los discursos para distraernos, cómo se manejan las emociones colectivas y cómo se nos induce a la espera pasiva. El cambio solo será posible si la indignación se convierte en organización y la esperanza en acción democrática. La salida está en cultivar emociones públicas sanas, fundadas en la compasión, la solidaridad y el compromiso ciudadano, capaces de sostener un proyecto común más allá de las festividades adelantadas y las expectativas externas. – X @freddyamarcano | IG @freddyamarcano
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