De la ciudad socialista
Escrito por Luis Barragán | X: @luisbarraganj   
Lunes, 31 de Marzo de 2025 00:00

altA principios del presente año, Leonardo Padura estuvo en México; específicamente, Guadalajara y Coyoacán supieron de sus conferencias en torno a la más reciente obra,

resueltamente citadina (“Ir a La Habana”, Tusquets, Barcelona, 2024), y al vigésimo aniversario de la primera edición de ”El hombre que amaba a los perros”, publicada por el mismo sello editorial. Y, es de suponer, nos enteramos gracias a las redes digitales frecuentemente curioseadas, en la que el extraordinario novelista tuvo a magníficos entrevistadores que, no luce tan obvio en este lado del mundo, lo han leído.

En el siglo XX venezolano, esta celebridad de las letras hubiese compartido entre nosotros su última entrega, por ejemplo, dictando alguna conferencia en una universidad del patio con la protesta de los encapuchados (eso sí, muy estrictos con l horario, siempre que fuese un día jueves o viernes), con portada en la revista Resumen, y entrevistado útilmente en la televisión comercial (quizá por Carlos y Sofía Rangel). Empero, estamos en el XXI del que ya no sabemos si más adelante, en México, se admitirá una interlocución tan libre para el padre de Mario Conde, como la ha gozado ahora.

La capital cubana es contada con nostalgia, perspicacia, rabia, amabilidad, impotencia, y también esperanza, por el nativo que la ha tenido por siempre en sus tinteros. Y, tal como ocurre con la capital venezolana que la ha imitado, siendo el epicentro político del país, está caracterizada por un deterioro que no tiene lómites, preguntándonos cómo serán las condiciones no menos reales de los caseríos, pueblos y ciudades del interior.

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Algo más que una crónica, hay reminiscencia de la ciudad litoralense que fue convincentemente cinematográfica, otro ejemplo,  y para ello cita las estadísticas correspondientes (56 s.), pero igualmente lo fue la ciudad del cerro El Ávila, incluyendo la diversidad de películas distintas a las procedentes de Estados Unidos, con sendos espacios convincentemente culturales, gastronómicos, recreativos y deportivos. Leemos con un sentimiento de tristeza el libro digital (incómodo, sin dudas), como si fuese una carta astrológica de la ciudad venezolana que es, no faltaba más, tanto o más socialista que la cubana,  al modificar sus propios símbolos de origen.

Valga esta nota final: “Entre un pasado congelado pero visible en una ciudad que físicamente se estancó hace sesenta años y un presente en evolución hacia una sociedad de formas y relaciones extrañas, La Habana vive su presente y mira con suspicacia hacia un futuro de momento impredecible... La Habana se ofrece entre la nostalgia, con sus símbolos sobrevivientes, y sus nuevos sitios de altas exigencias económicas, aunque siempre pasando por el espacio democrático y popular del muro del Malecón, sobre el que cada noche se sienta el corazón más verdadero de Cuba” (135 s.).

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