Pecados políticos |
Escrito por Mibelis Acevedo D. | X: @Mibelis |
Martes, 01 de Abril de 2025 00:00 |
La voz, proveniente del latín vanitas (“fraude”, “apariencia engañosa”) y derivada de vanus (“hueco”, “vacío”, “vano”), remite sin desvíos a la idea del vacío tras la fachada. “La vanidad, esa necesidad de ponerse a sí mismo en el primer plano lo más visiblemente posible, es lo que conduce al político a caer en la falta de responsabilidad. El demagogo se halla en continuo peligro de convertirse en un actor y de tomar a la ligera las consecuencias de sus acciones, preocupándose solo por la impresión que produce”. En La política como profesión (1919), Max Weber -quien por cierto dedicó particular atención al estudio de la religión desde una perspectiva sociológica en obras como La ética protestante y el espíritu del capitalismo- no dudaba al catalogar a la vanidad como el mayor de los “pecados” del político. “Enemiga mortal de toda entrega a una causa”, de toda mesura y “del distanciamiento respecto a sí mismo, en este caso”, la vanidad (comienzo de todos los pecados, según el papa Gregorio Magno) se presenta así como compañera falaz, trivial y demasiado humana, muy extendida y hasta disculpada en ciertos espacios. En círculos académicos y científicos como los que frecuentaba el propio Weber, por ejemplo, suele aparecer como “especie de enfermedad profesional”, una manifestación ciertamente antipática. Ah, pero no es lo mismo la vanidad inocua del hombre de ciencia que aquella que se presenta en el político, quien inevitablemente apela al ansia de poder como su primer instrumento. El “instinto de poder” puede considerarse, de hecho, “entre sus cualidades normales. El pecado contra el Espíritu Santo de su profesión comienza en el momento en que esta ansia de poder deja de ser positiva”, cuando se convierte en algo que no toma en cuenta las cosas, cuando “deja de estar exclusivamente al servicio de la ‘causa’ para convertirse en pura embriaguez personal”. En última instancia, advertía ante la Asociación Libre de Estudiantes de Múnich en 1919, “no hay más que dos pecados mortales en el terreno de la política: la ausencia de finalidades objetivas”, el no tomar en cuenta las cosas (Unsachlichkeit) “y la falta de responsabilidad, que, frecuentemente, aunque no siempre, coincide con aquélla. La vanidad, la necesidad de aparecer siempre que sea posible en primer plano, es lo que más lleva al político a cometer uno de estos dos pecados, o los dos a la vez”. Enfermos de una vanidad rayana en la locura -y lo es, en tanto manía, narcisismo y desmesura como los que Shakespeare diseccionó con esmeros- aparecen estos líderes que no dudan en invitar a sus seguidores a lanzarse a precipicios insondables, seguros de que su solo aval justificará la temeridad y el atropellamiento. Incapaces, eso sí, de ponerse en los zapatos ajenos, pues sólo se ven y se escuchan a sí mismos, replicados hasta la náusea por las cámaras de eco que hoy prestan las redes y sus hambrientas audiencias. Una relación que Tania Crasnianski, autora de Locura y poder, los enfermos que gobernaron el siglo XX, ayuda a descifrar: el enfermo de poder quiere mantenerse en la cima, y quien lo secunda “quiere conservar su lugar bajo el sol. Inexorablemente unidos, si uno cae, el otro también”. Si, vinculado a la personalización de la política, el impacto de la vanidad política resultó censurable en otros tiempos, la sociedad de la modernidad líquida se ha hecho prácticamente adicta a ello. No hay mejor ejemplo de la “maldición de la nulidad creadora”. Azuzados por la tiranía de la imagen y la instantaneidad, por el ansia de reconocimiento mediático, la visibilidad y los likes, por la teatralización en lugar de la transformación de fondo, esta distorsión se ha ido profundizando. Son tiempos en los que, lejos de una “enemiga mortal”, de descarrío alentado por ese amor propio que condenó Rousseau o “corrupción de la simpatía” como la nombra Adam Smith, la vanidad puede acabar siendo percibida como un rasgo inherente al poder. Un aderezo que para muchos resulta disculpable, incluso. He allí una pesadilla que hoy se viraliza, pero que en una Alemania en vísperas de guerra el propio Weber anticipó al describir la acción del mero “político de poder”. El que “pegado al sillón”, al puesto de mando, no está dispuesto a someterse a la autolimitación, incapaz de poner la realidad por delante de sus propias convicciones, apenas preocupado por la “impresión” que produce en otros. Muy distinto a aquel político que opta por renunciar a la vanidad, a “darse importancia”, a adorar y recrearse en el poder en sí mismo. El político virtuoso lo es porque, incluso espoleado por la pasión, entiende que no puede orientar su actuación basándose en convicciones absolutas, “verdades” que sólo convertirían la política en una lucha religiosa y no una actividad que obliga a calcular permanentemente las consecuencias de las decisiones. Es esa misma vanidad, por cierto, la que también bloquea la capacidad de los partidos políticos para renovarse y abrir paso a ideas que reten los paradigmas fallidos. Máquinas cuya burocracia acaba sometida con relativa facilidad a los “notables”, jefes con fuertes rasgos demagógicos y habituados a ser obedecidos, no importa cuán alejados estén del lugar en el que la realidad está operando. Vinculada a esa dañina “voluntad clericaloide de querer tener siempre la razón", habría que admitir también que la vanidad forma parte de un complejo campo semántico; uno que, según el español José Antonio Marina, figura entre los grandes motores de la acción humana. Se trata del deseo de ser apreciados, aceptados, halagados, de distinguirnos, ser reconocidos y, en no pocos casos, de dominar. (Algo que un gobernante tan comprometido con la modernidad y al mismo tiempo tan polémico y vanidoso como Antonio Guzmán Blanco, por ejemplo, ilustró de manera fehaciente; de allí La Delpiniada, obra bufa, ocasión para la guasa y la crítica que entre jóvenes estudiantes suscitó la megalomanía del Ilustre Americano). A propósito de esto, Marina invoca a Napoleón, emperador autoproclamado y mañoso manipulador de las pasiones del poder, quien supo alimentar la vanidad de sus subordinados tan eficazmente como hizo con la propia. Pero volvamos a Weber para reiterar que los daños del vanidoso, del político pagado de sí mismo y carente de la más básica ética de la responsabilidad, siguen siendo tanto o más deletéreos que antes. Basta asomarse a los pasillos plagados de posverdad de las redes para confirmar que los destinos de la humanidad parecen pender en muchos casos del delgado hilo de la adulación y la indulgencia, un círculo vicioso en el que la compulsiva búsqueda de aprobación opera para mantener viva la dependencia. Nada dura, piensan seguramente los cultores de lo vacuo, los reyes del histrionismo y el engaño; ergo, nada tiene consecuencias. Paradójicamente, ese vértigo que lleva a estrujar el instante al máximo nunca parece acompañarse del célebre Memento mori: el “recuerda que morirás” que, en boca del siervo encargado de musitar la frase al oído de militares romanos triunfantes, los obligaba a poner pies en tierra, a no olvidar su frágil y perecedera condición humana, a no desconocer las limitaciones que la ley y la costumbre imponían a su poder. No hay forma de restar importancia a los críticos del “político de poder”, en fin. Weber corona su argumentación con una imagen que probablemente no nos resulte ajena: cuando algunos de los representantes de esta estirpe han sufrido un súbito derrumbamiento, “hemos podido ver qué debilidad interior y qué impotencia se escondía tras esos gestos, ostentosos pero totalmente vacíos”. Esa actitud, nos dice, es fruto de una “mezquina y superficial indiferencia respecto al sentido de las acciones humanas; indiferencia que no tiene ningún parentesco con el conocimiento del carácter trágico en que está envuelta en realidad toda acción humana, y especialmente la acción política”.
|
Mejor conexión para La Guaira: Cantv despliega su Aba UltraCantv avanza en La Guaira con la instalación de fibra óptica para fortalecer la conectividad a internet. |
Marco Rubio a presidente de Guyana: "no permitiremos que las reivindicaciones territoriales ilegítimEl secretario de Estado de EE. UU. Marco Rubio, durante una rueda de prensa conjunta con el presidente de Guyana Irfaan Ali, se expresó "a la ligera" sobre la disputa territorial legítima de Venezuela... |
Caracas vibra al son del cuatro en la Final del Concurso InternacionalEl esperado Concurso Internacional La Siembra del Cuatro regresa a su sede original, PDVSA La Estancia en La Floresta, los días viernes 4 y sábado 5 de abril. |
La Ford Everest llega a Venezuela en dos versiones y preciosDesde las alturas del Municipio El Hatillo, Ford Venezuela realizó la presentación de preventa de la nueva camioneta Everest |
Dependencia de la IA: ¿Amenaza al pensamiento crítico en la educación?José Luis Rangel, de ESET Venezuela, analiza la creciente integración de la Inteligencia Artificial (IA) en la educación, señalando tanto sus ventajas como sus riesgos. |
De la ciudad socialistaA principios del presente año, Leonardo Padura estuvo en México; específicamente, Guadalajara y Coyoacán supieron de sus conferencias en torno a la más reciente obra, |
Una nación desprotegidaHay naciones que quedan absolutamente desprotegidas por la acción y omisión de los regímenes despóticos que las sojuzgan. |
La política y sus asperezasPersonalmente, veo la política como la lucha de los hombres por la toma del poder, con el propósito de poner a la sociedad toda al servicio de sus intereses |
La Guayana Esequiba: un conflicto con raíces históricas“Venezuela debe dar respuesta a la reclamación a mediano plazo. |
Mussolini ataca a Grecia (1940)Mussolini explotó el nacionalismo de una Italia rezagada en el concierto de las grandes potencias de la época. |
Siganos en