¡Un Papa pitagórico! (Parte 2)
Escrito por Iesus Markanus   
Domingo, 18 de Mayo de 2025 06:23

alt“El buen cristiano debe tener cuidado con el matemático y todos los que hacen profecías vacías.

Existe el peligro de que los matemáticos hayan hecho un pacto con el diablo para oscurecer el espíritu y confinar al hombre en los lazos del infierno.” 

(San Agustín, “Del Génesis a la Letra”)

En este y el siguiente artículo, desarrollaremos el argumento, expuesto de manera somera en el anterior, para desmontar el mito que está detrás de la gran perplejidad que ha producido la reciente elección de un matemático, el primero en 1000 años, como Papa. Hablamos, desde luego, del mito según el cual existe un inevitable e irresoluble conflicto entre las matemáticas y la fe cristiana (y religiosa en general), por cierto e irónicamente, un mito alentado, como muestra el epígrafe que abre este artículo, por el fundador de la orden de San Agustín a la que precisamente pertenece el nuevo Papa.

El punto de partida para una compresión de nuestro argumento, que se refiere a la importancia fundamental que las matemáticas tuvieron en el nacimiento del cristianismo (un hecho que en sí mismo derrumba al mito señalado), es asimilar la siguiente conclusión del último siglo de investigación científica sobre dicho nacimiento:

Ni Jesucristo, ni sus apóstoles y seguidores en vida, fueron cristianos, como tampoco lo fueron ninguno de quienes le siguieron fieles a lo largo del siglo posterior a su muerte, incluyendo al más grande difusor de su culto en ese período, Pablo de Tarso (San Pablo), si bien las célebres cartas escritas por éste se convertirían siglos después en la parte hoy más antigua del “Nuevo Testamento” (el principal grupo de textos sagrados de la religión cristiana).

Todos ellos vivieron y murieron considerándose miembros fieles de la religión judaica y, por tanto,  estrictamente respetuosos de los mandatos y doctrinas de sus escrituras sagradas  (los cinco libros de la Torah).  Para ello no significaba ningún problema sus distintivas creencias en el “rol mesiánico” de su paisano Yoshua (nombre hebreo de Jesús) y su resurrección luego de ser asesinado por los déspotas romanos gobernantes, puesto que en aquellos tiempos no existía ni se exigía una absoluta homogeneidad de creencias y prácticas rituales entre todos los creyentes judíos  y, por el contrario, estos se agrupaban en numerosas escuelas y sectas definidas cada una por ciertas creencias y/o prácticas rituales distintivas pero consideradas consistentes con la Torah.

La principal división era la que separaba a saduceos, fariseos y esenios, pero luego había multitud de divisiones al interior de cada grupo, especialmente en el caso de los fariseos, pues sus fieles se distribuían en torno a diversos líderes religiosos ("rabinos"), Yoshua entre ellos, cada uno con interpretaciones distintas de la Torah, incluyendo entre ellas la que defendía la posibilidad de la vida después de la muerte (la resurrección) en contra de lo que sostenían, por ejemplo, todos los saduceos.   

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Pero además, las creencias distintivas de la secta judaica de Yoshua eran muy poco originales. Estas se enmarcaban perfectamente en la fe compartida con muchos otros judíos en la inminente aparición del gran líder político  o “Mesías” ("Ungido" en castellano y "Christós" en griego) que, según profetizaba la Torah, liberaría para siempre al pueblo judío del sometimiento político a imperios extranjeros que había padecido por siglos (Imperios Asirio, Babilonio, Persa, Egipcio, Heleno, Romano), una aparición sin embargo condicionada de uno u otro modo al ajuste del comportamiento de los judíos al canon moral y ritual de la Torah.

La particularidad de la secta de Yoshua radicaba esencialmente en dos dogmas o principios. Primero, la creencia de que el esperado Mesías era precisamente Yoshua que, aunque asesinado por los déspotas Romanos, había resucitado de entre los muertos y muy pronto reaparecería entre los judíos para hacer cumplir la profecía de las escrituras. Segundo,  la prioridad dada a una de las muchas exigencias éticas de la Torah por sobre las demás y muy por encima de las prácticas y preceptos puramente rituales:  el mandato “ama a tu prójimo como a ti mismo” (procedente del “Levítico”, uno de los cinco libros que conforman la Torah).

En la próximas entregas, relataremos cómo, a partir de estos dos principios relativamente simples y distintivos de la secta judaica de Yoshua, por un fascinante proceso de radical reinterpretación y adaptación a la cultura helenística, que predominaba entre la extensa población urbana del Imperio Romano y que veneraba la racionalidad lógico-matemática, surgiría en los siguientes siglos una nueva religión, la cristiana, altamente cosmopolita y, de facto, virtualmente desvinculada tanto en términos étnicos y geográficos como doctrinales y rituales de la religión judía que había profesado en vida tanto el propio Jesús como todos los que siguieron y predicaron sus enseñanzas durante su vida y hasta más de un siglo después de su muerte.

|*|: El autor es Doctor en Ingeniería y Científico de Datos

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