La exigente enmienda
Escrito por Ricardo Ciliberto Bustillos   
Lunes, 14 de Julio de 2025 00:00

altLa gente está cansada que le digan siempre lo mismo.

Nada ha sido más diagnosticado, analizado o comentado que este régimen. Lo vivimos a diario para seguir con la misma letanía. Todos aquellos malos augurios y pronósticos de los años noventa tuvieron su concreción a principios de este siglo. Ahora, se denota cierto arrepentimiento colectivo, aunque continuamos por el mismo sendero del “sin ánimo de soluciones” y con ese afán de persistir en la misma narrativa.

La política en Venezuela tiene aún unas ataduras venidas de los años ochenta. Casi cincuenta años y seguimos igualitos, bajo unos patrones y una conducta, desde todo punto de vista, estanca por no decir caduca. Empezando por la vocería y comportamiento de los dirigentes de oposición. Salvo pocas excepciones, declaran y opinan con la misma cadencia, vacío y “sapiencia” de siempre. Para más, los partidos (los pocos que quedan) no realizan su tarea fundamental: ser útil herramienta para la orientación, canalización y solución de los problemas cotidianos y de solidaridad con las legítimas aspiraciones de las comunidades. ¿Existen razones, bien sean principistas o ideológicas para formar parte, o al menos reconocerse como simpatizante, de una organización política?

La democracia, a pesar de sus fallas e imperfecciones, no está en quiebre y mucho menos reducida a solo eventos electorales, como algunos podrían pensar. Porque la libertad, la justicia y todos esos valores que definen un sistema democrático no son factibles de negociación y mucho menos de extinción. Que haya repliegues, etapas, momentos y hasta frustraciones muy puntuales, no implica que el ser humano decline o eche a un lado su libertad personal o sus derechos civiles y políticos, por señalar algunos.

Los partidos políticos son tan necesarios para la democracia como el agua para las matas, como se dice popularmente. Sin estas organizaciones es inviable una sociedad democrática. El andar por allí despotricando o lanzando críticas alusivas a su propia existencia resulta un disparate de marca mayor. Porque la culpa no es de los partidos sino de quienes los dirigen y si estos no se ponen a la altura de los compromisos y circunstancias, peores horas nos esperan para sobrevivir en este régimen.

Los partidos de oposición tienen que hacerse un mea culpa. Muchos, bailando al son que les tocan, deshilachan su perfil ético y desdibujan su personalidad política. Un pragmatismo llevado hasta el culmen de la inmediatez no le hace ningún favor a la propia organización ni al país.

La política, en estos días, es muy difícil y compleja. Hay que ser responsable por los decires, conceptos y conductas. Si de verdad queremos una Venezuela mejor, auténticamente democrática y en donde se ejerzan y protejan los derechos fundamentales, debemos empezar, por lo pronto, a exigirles a los dirigentes de la oposición que actúen con sensatez, rectitud, seriedad y con propósito de enmienda.

La democracia sin partidos políticos fuertes, vigorosos y respetables, no tiene posibilidad alguna para establecerse como un sistema fundamental y perdurable para nuestra convivencia y desarrollo político, económico y social.
¿Porqué tenemos que conformarnos con lo que tenemos? ¿Porqué, a pesar de las dificultades, no tenemos unos respetables e idóneos partidos?

Hay una democracia que espera por nosotros y para ello requerimos, con la debida urgencia, unas organizaciones políticas ejemplares y representativas. Muchos, no sin razón, piensan que antes de cambiar al gobierno, hay que cambiar a los dirigentes dizque opositores. Casi imposible llegar a una acertada conclusión.


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