Tiempos de incertidumbre
Escrito por Ricardo Ciliberto Bustillos   
Lunes, 17 de Noviembre de 2025 00:00

altReiteradamente, aludimos a esa incuestionable sentencia, en cuanto a que la democracia es un sistema político que no tiene seguro de vida.

Por cierto, los venezolanos, en este orden, tenemos largos años de sobrada experiencia.

Nadie niega que vivimos tiempos difíciles, complejos, de zozobra o incertidumbre que, de manera indefectible, nos retrotraen a hechos históricos, pero que también nos sirven de advertencia permanente.

Dentro de pocos días, se cumplirán 77 años de aquel golpe de Estado (uno más en nuestra accidentada vida republicana) que dio al traste con la incipiente democracia que habíamos emprendido en 1945. En este sentido, nos permitimos mencionar algunos párrafos y comentarios ya efectuados con ocasión de esta fecha, dada la importancia del personaje y de la asonada militar que se fraguó en su contra.

Aquel hombre fuerte, de 63 años, de voz ronca, acostumbraba a sentarse, muy temprano, en la mecedora de su balcón, antes de iniciar sus complicadas y difíciles obligaciones cotidianas.

Encendía un cigarrillo, leía rápidamente la prensa, saboreaba un café recién colado, y contemplaba por instantes el majestuoso Ávila.

En cierto modo, las circunstancias lo habían obligado a transitar el espinoso camino de la política. En verdad, lo suyo eran las letras, el magisterio, la enseñanza de valores como la libertad, la democracia y en soñar con una Venezuela distinta.

Aquella mañana prendió el habitual cigarrillo, y entre mirar fijamente la brasa y contemplar el imponente cerro, examinó presurosamente su vida, sus triunfos y derrotas, angustias y esperanzas. Sentía un enorme compromiso por el constante reconocimiento a su obra literaria. Sus novelas habían caído en miles de manos que las leían con extremada fruición. A su mente acudían los afanes del liceo, la breve senaduría y el ministerio, la fundación del partido, así como la campaña electoral del 41 y la última del 47, en la que obtuvo un resonante triunfo que lo elevó a la más alta magistratura nacional. A fin de cuentas, la democracia por la que tanto había luchado, tenía asidero y futuro.

Observaba la brasa y contemplaba la inmensidad avileña. Hacía un poco de frío en la todavía frondosa Altamira y Los Palos Grandes. El sol recién se alzaba por los lados de Petare. Lo presentía. Sabía que sus horas como presidente de la República estaban contadas. Su joven ministro de la Defensa, por quien sentía enorme afecto, días antes había jurado suicidarse si continuaban las sospechas de su complicidad para sustituir vía de facto el gobierno democrático.

Solo la brasa del cigarrillo y el imponente Ávila lo acompañaban en este doloroso trance. No quería alarmar a la familia, tampoco a los ayudantes de turno. Reflexionaba cómo aquel inocente nazareno esperó con rectitud y dignidad la sentencia del Sanedrín.

En plena mañana llegó la hora. Lo vinieron a buscar una feroz soldadesca comandada por un tal teniente- coronel Albornoz para trasladarlo, como si se tratara de un vulgar delincuente, a la Academia Militar. Y así, como desalojaron violentamente al hijo de Dios del huerto de Getsemaní, así se llevaron prisionero al hijo de la democracia para luego aventarlo al destierro.

Aquel fatídico 24 de noviembre de 1948, no solo agraviaron a un honorable presidente y excelso ciudadano. Asida de su mano, también arrastras profanaron la anhelada democracia, que apenas daba sus primeros pasos. Entonces, hubo que esperar unos cuantos años para que en 1958 retornara al balcón, mirase la lumbre del cigarrillo y volviera a contemplar el majestuoso Ávila. Junto a él, la rediviva democracia y la ansiada libertad. Digno de recordar en estas aciagas pero expectantes circunstancias.

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