| El derecho a existir del documental...aunque no tenga mercado en Venezuela |
| Escrito por Edgar Rocca | @EdgarRocca |
| Lunes, 04 de Agosto de 2025 00:00 |
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sobre cómo abordar los problemas estructurales del gremio desde 2014. Estimaba entonces que, para alcanzar una solución real, se necesitaban al menos 14 años, considerando nuestra historia: la Ley de Cine se introdujo a finales de los 70, se aprobó en 1994 y se reformó en 2005. Cada cambio significativo ha tomado más de una década. El cine nació siendo documental. La primera película, de apenas 52 segundos, era eso: la vida registrada en movimiento. Durante años fue el formato dominante, hasta que las ficciones se impusieron por su potencial comercial. Desde entonces, el documental pasó a ser el refugio de quienes no acceden a los fondos para ficciones, de quienes eligen contar lo real con honestidad artística. El documental es hoy un estilo de vida más que un género rentable. Yo mismo empecé a estudiar cine por un documental. Dirigí uno. Y como distribuidor, llevé varios a cartelera. Todos —el mío y los otros— con resultados preocupantes. En Venezuela, el documental es ese contenido que “todos quieren ver, pero gratis”. Menos de 2.000 personas van al cine a verlos, y el promedio ronda los 718 boletos vendidos por título.
La evidencia reciente Tras la pandemia, el cine venezolano parece haberse estancado, al menos en términos de asistencia. Desde 2021 se han estrenado 21 documentales en salas. El primero de esta nueva etapa fue Érase una vez en Venezuela, de Anabel Rodríguez Ríos, que nos representó en los premios Óscar y Goya de ese año. Hasta ahora, ninguno ha tenido éxito de taquilla. Algunos datos actuales
Aunque hay excepciones destacadas, como Los niños de las brisas y el ya mencionado Érase una vez..., el patrón es claro: el documental no tiene mercado, aunque tenga historia y público potencial. Una tradición que se resiste al olvido Nuestro país tiene una rica tradición documental. En los años 70, títulos como Juan Vicente Gómez y su época marcaron un hito. En 1978 se estrenó Venezuela es la cosa (Giancarlo Carrer), que según el CNAC vendió 69.735 entradas. Fue superado por La propia gente (1981), de Jacobo Penzo, Carlos Oteyza y Carlos Azpúrua, con 84.273 espectadores. Durante 3 décadas fue el contenido documental más taquillero de Venezuela, digo contenido porque estaba compuesto por 3 cortos documentales: El afinque de Marín, Yo hablo a Caracas y Mayami nuestro. Hasta ser superado en 2012 por Tiempos de dictadura de Carlos Oteyza (165.436) que a su vez fue superado en 2014 por Fuera del aire de Héctor Palma y Antonio Martin con 284.533 quien ya tiene 11 años como el documental mas taquillero.
Otros títulos esenciales: Araya, de Margot Benacerraf (aunque es una ficción, su estética nos transversaliza en todo sentido); los trabajos de Jesús Enrique Guédez como La ciudad que nos ve; o el polémico Ledezma: el caso Mamera de Luis Correa, filmado en 1981 pero censurado hasta 1994, cuando fue visto por solo 6.273 personas. El género también ha producido obras profundamente poéticas como El domador, de Joaquín Cortés, que traza la relación emocional de un llanero con los animales del llano, donde el único ser que puede llorar es también el que más daño causa. El hombre. ¿Y ahora qué? Entre los documentales recientes, 9 fueron óperas primas. Solo 4 fueron dirigidos por mujeres, aunque estas firmaron las películas más exitosas en taquilla. Las temáticas son diversas y comprometidas: política, historia, religión, arte, salud, infancia, personajes emblemáticos. Lo paradójico es que, pese a esta riqueza, seguimos atrapados en un ecosistema que no valora ni protege al documental como se debe. No hay mercado, no hay incentivos, no hay cumplimiento real de las cuotas de pantalla estipuladas en la ley de cine. Las políticas como el PELVEN siguen siendo más coercitivas que útiles, y no han sido reformuladas con el contexto actual en mente.
Recuerdo algo que le dijeron a Marianela Saleta las autoridades cinematográficas de Francia e Italia en 1973: “Antes de hacer películas, debes tener asegurado el mercado.” Esto lo dijo en el podcast Voces del cine venezolano. Dos décadas después, esa lógica inspiró las cuotas de pantalla de nuestra ley. Hoy, más que nunca, hay que repensarlas. El documental necesita espacio, necesita protección, y sobre todo, necesita reconocimiento. Porque el documental tiene derecho a existir. Como todo el cine que se hace dentro y fuera de Venezuela por venezolanos. Como el cine independiente. Aunque no tengamos un mercado justo. Aunque solo recibamos migajas. Soñar no basta, pero es el primer acto de rebeldía hacia una realidad que aún no existe. Dejo la tabla con los datos de los últimos 5 años y como regalo el link público de mi documental Cine Invisible en YouTube, que pienso es la plataforma más honesta para los contenidos que no tienen posibilidad de exhibición.
FUENTE CNAC. Estimaciones en dólares por el autor. Lee: Una solución para el cine venezolano
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