| Teresa Carreño en la Casa Blanca: La niña venezolana que deslumbró a Abraham Lincoln |
| Escrito por Luis Perozo Padua | X: @LuisPerozoPadua |
| Viernes, 20 de Junio de 2025 05:59 |
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Tenía solo nueve años, pero sus dedos parecían contar historias que ningún adulto se atrevía a poner en palabras. Abraham Lincoln, atormentado por la Guerra Civil y el dolor por la muerte de su hijo, se conmovió hasta el alma. Aquella tarde, la melodía preferida del presidente, Listen to the Mockingbird, fue interpretada con tal sensibilidad que el presidente aplaudió con vehemencia y lágrimas en el rostro. Así entró Teresa Carreño en la historia musical de los Estados Unidos. Lo extraordinario de aquella aparición no se limita a su juventud. Lo que deslumbra aún más es el recorrido que llevó a esta niña caraqueña desde una Venezuela convulsa hasta el salón más poderoso del mundo, y cómo, 53 años después, su talento intacto la hizo regresar, ya mujer, para tocar en honor del presidente Woodrow Wilson en 1916. Entre ambos recitales se tejió una carrera incomparable de más de 5.000 conciertos y 70 composiciones, coronada con el reconocimiento de los más grandes de su tiempo. El genio en miniatura que conquistó Nueva York Su padre, Manuel Antonio Carreño, notó muy temprano su oído prodigioso y se convirtió en su primer maestro. Antes de los 7 años ya componía piezas para piano: valses, polkas, danzas. Emigraron a Estados Unidos, donde casi sin querer, la niña se convirtió en una estrella. Su debut en Nueva York dejó perplejos a críticos y músicos. El New York Times la calificó como una artista de primer nivel. Uno de sus primeros mentores en la ciudad fue el renombrado pianista Louis Moreau Gottschalk, quien vio en ella un talento inusual. La pequeña Carreño no solo dominaba las técnicas más exigentes, sino que añadía una expresividad que hipnotizaba al público. Fue en ese contexto que llegó la histórica invitación: tocar en la Casa Blanca para Abraham Lincoln. En una época en que los recitales en la residencia presidencial eran raros y casi siempre reservados para adultos consagrados, el que una niña latina de 9 años recibiera tal honor no solo habla de su talento, sino de la esperanza que generaba en un país desgarrado por la guerra.
Europa a sus pies: Rossini, Liszt y el salto al mundo Esa formación marcaría su estilo profundo, apasionado y exigente. Durante sus años europeos conoció a Anton Rubinstein, íntimo de Tchaikovsky, y más adelante entabló amistad con Edvard Grieg, de quien sería una de las más célebres intérpretes. La llamaron “la valquiria del piano” y “la leona del teclado” por la fuerza con que ejecutaba las obras. No era solo técnica, era temperamento. Tocaba con una intensidad que sorprendía incluso a sus colegas hombres. Pero su vida no fue solo música. A lo largo de su vida tuvo cuatro matrimonios, varios hijos y también episodios oscuros, como cuando dos de ellos fueron acusados de espionaje durante la Primera Guerra Mundial. De soprano inesperada a musa del Carnegie Hall Ya de vuelta en Estados Unidos, combinó su carrera de cantante y pianista, apareciendo en papeles como Zerlina en Don Giovanni. Más tarde se concentró exclusivamente en el piano, ofreciendo decenas de conciertos en el Carnegie Hall —32 entre 1897 y 1916—, interpretando tanto a los clásicos europeos como a compositores latinoamericanos. Su estilo evolucionó con los años, volviéndose más maduro, introspectivo y emotivo. La última ovación y el regreso simbólico a casa Murió en junio de 1917 en su apartamento en Manhattan, acompañada por su cuarto esposo, Arturo Tagliapietra. Había vivido para la música, incluso cuando la vida intentó quebrarla con pérdidas, desamores y exilios. En total, ofreció más de 5.000 conciertos y compuso más de 70 obras, muchas de ellas aún poco difundidas. Sus restos fueron cremados, pero en 1938 sus cenizas regresaron a Venezuela. Reposan en el Panteón Nacional desde el 9 de diciembre de 1977, junto a los grandes héroes de la patria. Y aunque solo visitó su país natal en dos ocasiones, el teatro más moderno de Caracas lleva su nombre: Teresa Carreño. Pocas veces una niña prodigio logró transitar sin perder el alma por el torbellino del genio y la fama. En cada tecla que tocó, Teresa Carreño dejó algo de sí, y quizás en la Casa Blanca aún resuene aquel ruiseñor que conmovió a Lincoln en medio del horror de la guerra.
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