Aprendizaje caro y demasiado lento
Escrito por Ramón Guillermo Aveledo | @aveledounidad   
Miércoles, 13 de Agosto de 2025 00:00

altSe cumplieron ochenta años de los únicos bombardeos atómicos hasta hoy, los de Hiroshima y Nagasaki.

La contabilidad es imprecisa, pero se estima que el total de víctimas mortales del instante estuvo alrededor del cuarto de millón. Sus secuelas son peores. La radiación ocasionó leucemia, cáncer de mama, de tiroides y de pulmón. Muchas muertes posteriores al ataque en sí y múltiples traumas psicológicos en los sobrevivientes.

Cierto es que el imperialismo japonés, de fuerte acento militarista, ocasionó la Guerra del Pacífico. Desde 1910 ya ocupaba Corea y a partir de 1937, ahora aliado del Eje Nazi-Fascista, protagonizó una agresión generalizada de conquista, decidió expandirse a China, en 1939 a Filipinas, Birmania –hoy Myanmar- y siguió a las actuales Camboya, Vietnam y Laos, en 1941 Tailandia, Malasia, Singapur y Hong Kong, estas últimas británicas por entonces. Dirigía el gobierno el Mariscal Tojo, militar como su antecesor Konoe, líder del ultranacionalista Tasei Yokusankai.

El bombardeo de Hiroshima y Nagasaki sigue siendo un recuerdo horroroso para la humanidad. Sirvió para poner fin en el Pacífico a la Guerra Mundial que en Europa había concluido en mayo. El costo, como siempre, lo pagó el pueblo. En una cuenta incompleta, sólo en el Lejano Oriente, murieron cerca de dos millones de soldados y cuatrocientos mil civiles japoneses, sin contar noventa y cuatro mil heridos. Cuatro millones de soldados y dieciocho millones de civiles chinos perdieron la vista y tres millones resultaron heridos. Las bajas norteamericanas superan cien mil.

Y otros horrores de los que apenas se habla. En los Estados Unidos ciento veinte mil personas, a veces familias enteras, de ascendencia japonesa, más de la mitad ciudadanos estadounidenses o inmigrantes de Brasil y Perú, fueron llevados a Campos de Internamiento en condiciones inhumanas. Algo similar ocurrió con los de ascendencia alemana o italiana, pero en número mucho menor, indicador de un sesgo racista.

En Europa, por esa guerra, la tragedia humana también fue gigantesca. En total, se estima que ese conflicto puede haber dejado entre cuarenta y cien millones de cadáveres. Un caso protuberante, que tiene sus negacionistas demenciales, es el Holocausto, producto de la denominada “solución final” ideada por siniestros cerebros del régimen nazi, cuya significación que aún pesa en el alma de todos, como no podía ser de otra manera, dadas sus implicaciones humanitarias.

No obstante el optimismo de 1945, aquel conflicto no sería el último. Más guerras hemos tenido. La invasión rusa a Ucrania y la torturada Gaza, tras el ataque de Hamas a Israel, son las más recientes muestras. Bien dijo el Profesor Carlos Guerón ante el fin de la Guerra Fría en 1990, los seres humanos hemos descubierto que los pretextos para matarnos no son exclusivamente ideológicos.

Lo que pretendo subrayar con esta dolorida nota, es lo que ya dijeron Eisenhower, general victorioso que llegó a odiar la guerra precisamente por haber “…visto su brutalidad, su inutilidad, su estupidez” y mucho antes William Hooke “Un día de batalla es un día de cosecha para el diablo”.

¿A qué precio aprenderemos?

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