De la viralidad (in)deseada
Escrito por Luis Barragán | X: @luisbarraganj   
Lunes, 21 de Julio de 2025 00:00

altDe la noche a la mañana, Andy Byron y Cristin Cabot constituyen una referencia internacional con millones de reproducciones a cuestas,

como lo desearían otras personas para bien o para mal. A pesar del altísimo costo que acarrea, la fama es un deseo demasiado frecuente, incluyendo a personas que no hacen mérito alguno para ello, aunque protagonistas en cuestión rechazaban cualquier exposición pública como se evidenció.

El reconocimiento de los demás es importante, pero – abrumador – suele incomodar y espantar también a muchos, en contraste con la extendida enfermedad del narcisismo que lo convierte, por supuesto, en una obsesión. Por mucho que la quieran, muy pocos alcanzan la celebridad y pesa más el azar que la calculada y paciente estrategia, como obligada inversión para trillarla.

Lo sorprendente es lo antes impensable; entre las miles de personas que garantizaban la asistencia y el disfrute anónimos en el concierto bostoniano de Coldplay, justo le cayó la cámara a la pareja, cayéndoles propiamente el mundo encima. La ocasión ha generado otras miles de versiones del suceso, algunas jocosas y otras muy geniales, conformando un masivo linchamiento moral de los compañeros de trabajo, respectivamente casados y con familias presuntamente estables, cuyos divorcios lucen tan inevitables como el despido laboral de una empresa importante; inmediatamente las redes exhibieron todos los datos personales y personalísimos de los hogares y del trabajo, demostrando así que hay secretos difíciles de guardar.

Se ha dicho y muchísimo del caso, por lo que sólo queremos referir dos aspectos: modestamente creemos, en sano juicio, que la repentina exposición no puede configurar un delito contra la privacidad de Byron y Cabot tratándose de un espacio público, resultando imposible pedir la autorización previa de las personas para enfocarlas; si puede haber delito con el uso y abuso de las informaciones después reveladas, violentando toda intimidad. Quizá sea oportuno el asunto, porque hay quienes sostienen en Venezuela, por ejemplo, que una fotografía o un video tomado en las concurridas calles, no puede ventilarse sin la autorización de las personas fotografiadas o videograbadas por mucho que tratemos  de un espacio público, algo que nos parece absurdo.

Finalmente, el caso puede resultar paradójico, pues, independientemente de la tragedia hogareña, si es que no estaba anunciada a través de un conflicto previo o un trámite de separación en camino, esa repentina fama tiene también un precio: no pocos medios de comunicación estarán diligenciando una entrevista exclusiva, alguna editorial proyectando revolucionar el mercado, y hasta un cineasta soñando con arrancarles un poco de esa fama sobrevenida, quizá ocurriendo algo semejante al caso de Monica Lewinsky. Vale decir, sobornado o no el camarógrafo, advertida la audiencia por el propio Chris Martin de una toma al público, o cualesquiera otros motivos que se aleguen, lo cierto es que el inesperadísimo incidente puede significar y traducirse en un realero para las víctimas como nunca lo imaginaron.

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